A partir de los 50 años, la salud ginecológica de la mujer entra en una etapa completamente nueva. La menopausia representa un cambio profundo en el organismo.
26 de abril de 2025 / 09:20
La menopausia, lejos de ser solo el fin de la menstruación o un episodio de sofocos, representa un cambio profundo en el organismo. Es un punto de inflexión que afecta al metabolismo, al sistema hormonal, al estado emocional y a múltiples funciones corporales. Comprender lo que implica —y actuar en consecuencia— puede marcar una gran diferencia en la calidad de vida y en la prevención de enfermedades graves.
El cuerpo cambia… y no sólo por fuera
Con la llegada de la menopausia, la producción de estrógenos cae drásticamente. Esta hormona, que durante décadas ha tenido un papel protector en múltiples órganos, deja de estar presente en niveles suficientes. Y ese cambio se nota: la piel pierde elasticidad, el pelo se afina, disminuyen los reflejos, la memoria se vuelve más volátil, y la capacidad de concentración puede verse afectada. Cada mujer lo vive de forma distinta, pero para muchas la sensación es la misma: algo está cambiando en su interior.
Estos cambios son el reflejo de un proceso sistémico: el cuerpo envejece más rápidamente después de la menopausia. Es como si el reloj biológico pegara un salto. En comparación con los hombres, este proceso se da de forma más brusca en ellas. Por eso, es fundamental estar atentas, no solo a los síntomas evidentes, sino también a lo que puede pasar desapercibido.
La importancia de las revisiones ginecológicas
Durante la etapa fértil, muchas mujeres solo acuden al ginecólogo ante molestias puntuales. Pero a partir de los 45-50 años, las revisiones deberían volverse más regulares. Se recomienda realizar una revisión anual durante los primeros años tras la menopausia, y después, si todo está bien, se pueden espaciar las visitas cada dos o tres años.
Estos controles son importantes no sólo para detectar cáncer de mama —cuyo cribado comienza en torno a los 40-45 años—, sino también para vigilar síntomas como sequedad vaginal, prolapso, incontinencia urinaria y, por supuesto, cambios en el útero y los ovarios. En esta etapa, el ginecólogo se convierte casi en un médico de cabecera, atento tanto a los cambios hormonales como a los riesgos metabólicos y cardiovasculares. Aunque hay pacientes que dejan de acudir a consulta por incomodidad física, una revisión a tiempo puede marcar la diferencia entre un tratamiento sencillo y una enfermedad avanzada.
Cáncer ginecológico: qué vigilar
- Cáncer de mama: sigue siendo la principal preocupación en esta etapa, con un pico de incidencia en torno a los 55 años. Su detección precoz permite tratamientos menos agresivos, por lo que las mamografías deberían continuar, al menos cada dos años, incluso después de los 70.
- Cáncer de endometrio: suele aparecer entre los 50 y 60 años. Aunque no tiene un cribado específico, suele avisar: cualquier sangrado después de la menopausia debe ser motivo de consulta inmediata. Lo bueno es que, detectado a tiempo, en muchos casos se resuelve con cirugía poco invasiva.
- Cáncer de ovario: más silencioso y difícil de detectar. No hay síntomas claros ni cribado eficaz, por eso, aunque no se tengan molestias, es aconsejable seguir haciéndose ecografías de control cada cierto tiempo para vigilar los ovarios.
- Cáncer de vulva y vagina: más raro, pero típico en edades avanzadas. Picor persistente, úlceras o cambios en la piel son signos de alerta.
Incontinencia, prolapso y atrofia
Junto al riesgo oncológico, hay otros problemas que se vuelven más frecuentes con la edad. La atrofia urogenital, por ejemplo, afecta a un alto porcentaje de mujeres tras la menopausia, aunque a algunas les afecta más que a otras. La sequedad, el picor, la irritación o el dolor durante las relaciones sexuales no son sólo molestias normales de la edad: son síntomas que tienen tratamiento y que no deberían asumirse como inevitables.
También son comunes los problemas del suelo pélvico. La incontinencia urinaria, que puede aparecer al reír, toser o hacer ejercicio, y el prolapso (descenso del útero, la vejiga o el recto) son más frecuentes en las mujeres que han tenido partos y con el paso del tiempo. La buena noticia es que existen soluciones: desde fisioterapia hasta cirugía poco invasiva.
Cualquier sangrado en una mujer ya menopáusica debe ser motivo de consulta, igual que lesiones, úlceras o cambios en la vulva. Aunque a veces se deban a la atrofia, también pueden ser señales de patologías más graves.
Riesgo metabólico: el enemigo silencioso
Uno de los efectos menos visibles —pero más importantes— de la menopausia es el aumento del riesgo metabólico. Esto incluye:
- Obesidad.
- Hipertensión.
- Diabetes tipo 2.
- Alteraciones en los niveles de colesterol.
- Mayor riesgo cardiovascular.
Estos problemas suelen desarrollarse de forma silenciosa, sin síntomas evidentes, por lo que es esencial hacer revisiones analíticas regulares: análisis de sangre que incluya perfil lipídico y glucosa, peso, control del índice de masa corporal y, si es posible, composición corporal.
La buena noticia es que, con hábitos saludables, se puede reducir significativamente este riesgo. Seguir una dieta mediterránea, practicar actividad física regular (especialmente aeróbica y de fuerza), y evitar el sedentarismo, son pilares clave. De hecho, la Universidad de Navarra ha liderado estudios clave sobre los beneficios de este tipo de dieta, como el ensayo PREDIMED, con más de 7.000 personas de alto riesgo cardiovascular. Este demostró que seguir una alimentación de estilo mediterráneo, especialmente con aceite de oliva virgen o frutos secos, reduce en un 30% el riesgo de infarto, ictus o muerte cardiovascular. También se observaron menos casos de diabetes tipo 2, hipertensión y algunos tipos de cáncer, como el de mama.
En este punto, la terapia hormonal sustitutiva (THS) también puede ser una gran aliada. Iniciada en los primeros años tras la menopausia y bien indicada, no solo mejora los síntomas de la falta hormonal (como los sofocos o la sequedad), sino que también reduce el riesgo de osteoporosis y problemas metabólicos a largo plazo.
En la Clínica Universidad de Navarra trabajamos codo con codo con otros departamentos. A veces desde Ginecología detectamos algún problema hormonal o metabólico y les derivamos a Endocrinología para que hagan el seguimiento más específico. Otras veces es al revés: ellos están viendo a la paciente por otra cosa y detectan algo relacionado con la menopausia o el sistema hormonal, y entonces nos la mandan. Esa doble visión, desde dos especialidades distintas, ayuda muchísimo a cuidar mejor la salud de cada mujer.
Osteoporosis: cuando los huesos pierden protección
Con la menopausia, los huesos pierden la protección hormonal que los mantenía fuertes. La disminución de estrógenos acelera la pérdida de densidad ósea, aumentando el riesgo de osteoporosis y de fracturas, sobre todo en la columna, la cadera y la muñeca.
Este proceso no da síntomas hasta que hay una fractura, por eso la prevención es clave:
- Se recomienda evaluar el riesgo individual y, en función de eso, hacer densitometrías óseas periódicamente.
- Si se detecta osteopenia (una pérdida ósea leve), puede ser necesario adelantar las pruebas o iniciar tratamiento preventivo.
La actividad física regular con algo de impacto es fundamental para la salud ósea, especialmente a partir de la menopausia. Actividades como caminar a buen ritmo, subir escaleras o realizar ejercicios que impliquen que un hueso impacte contra otro, estimulan el proceso natural de remodelación ósea. Además, el entrenamiento de fuerza —aunque sea moderado y con pesos ligeros— también tiene un papel clave. Existe una estrecha relación entre la masa muscular y la masa ósea: cuando una se pierde, la otra también se resiente. Por eso, ganar fuerza mediante ejercicios repetitivos y adaptados a cada persona no solo mejora la musculatura, sino que contribuye a mantener los huesos más fuertes y saludables.
El calcio (a través de los lácteos o alimentos ricos en este mineral) y la vitamina D son esenciales. Muchas mujeres necesitan suplementos de vitamina D, sobre todo si tienen baja exposición solar.
En resumen: prevención, seguimiento y calidad de vida
El paso por la menopausia no tiene por qué ser sinónimo de pérdida de salud. Con revisiones ginecológicas periódicas, atención a los síntomas, control del riesgo metabólico y cuidado de los huesos, es posible envejecer con bienestar y autonomía.
La prevención primaria (dieta, ejercicio, vitamina D, buenos hábitos) y la secundaria (detección precoz de enfermedades) van de la mano para asegurar una etapa madura saludable, activa y con calidad de vida.
Álvaro Ruiz Zambrana Especialista en Ginecología y Obstetricia, Endocrinología Ginecológica y Fertilidad, el doctor Ruiz Zambrana es responsable del área de Obstetricia en la Clínica Universidad de Navarra en Pamplona y profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad de Navarra.
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